No voy a consentir que esta bitácora se convierta en una mera conversación entre Álvaro y yo, que ya bastante tengo con vivir con él y encontrármelo en el pasillo cada dos por tres. Lo del pacto de no enfadarse es cierto porque, a fin de cuentas, no nos estamos contando nada que no sepamos ya de viva voz. No sé quien narices me mandó hacerme un blog junto a él, sabiendo que destacará mucho más que yo. No lo digo por envidia ni desde un complejo de inferioridad. Me limito a constatar la realidad. Aunque si lo vieran muchos de los que se beben los vientos por él cuando se despierta, de resaca, despeinado y borde como él solo renegarían de sus bajos impulsos.
No soy una persona llamativa. Nunca destaqué por nada especial. Cuando adquirí el trabajo en la barra del pub, pensé que tal vez terminaría ligando un poco, que me tirarían los trastos auténticos bellezones y que mi apreciación sobre mi cuerpo cambiaría. Pero la realidad defraudó mis expectativas como, por otro lado, suele suceder muy a menudo. No es nada nuevo. Lo más que consigo es alguna sonrisa socarrona y solamente por la estúpida perspectiva que conservan algunos de que los invite a una ronda y poder beber por menos dinero. No hay un interés real que me haga pensar que soy atractivo. Por mucho que Álvaro se atreva a decir que cuando me vio en la biblioteca pensó en follarme, yo sé que no es verdad.
Efectivamente, y en eso tiene toda la razón, soy un niño bueno. Trabajo, estudio, tengo novio, me lo trabajo mucho todo y me considero una persona especialmente encantadora con mi familia y mis amigos. Chico modélico, sí. Pero ¿de verdad me sirve eso de algo? No sé qué me pasa exactamente. Supongo que me he cansado de ser tan perfecto, tan bueno, tan aburrido. Tan lo que esperan todos de mí. Pienso que ha llegado el momento de ser quien de verdad quiero ser. Yo no quiero ser un niño bueno. Tampoco quiero ser como Álvaro, aunque a veces lo piense. No sé lo que quiero ser, pero sí sé que no quiero ser éste. Sé que resulta un poco extraño expuesto de esta manera, pero ya me entendéis. Yo sé que sí.
Algún día os hablaré de Víctor, mi novio, el otro niño bueno que también está bueno, como dice mi compañero de piso, y que resulta tan insípido como yo. ¿Se puede hablar así de alguien a quien se supone que quieres?
Da igual, lo que cuenta es que todas las noches me detengo durante una décima de segundo a analizar mi existencia antes de meterme en la cama y me siento tan vacío como una figurita del todo a cien.
No soy una persona llamativa. Nunca destaqué por nada especial. Cuando adquirí el trabajo en la barra del pub, pensé que tal vez terminaría ligando un poco, que me tirarían los trastos auténticos bellezones y que mi apreciación sobre mi cuerpo cambiaría. Pero la realidad defraudó mis expectativas como, por otro lado, suele suceder muy a menudo. No es nada nuevo. Lo más que consigo es alguna sonrisa socarrona y solamente por la estúpida perspectiva que conservan algunos de que los invite a una ronda y poder beber por menos dinero. No hay un interés real que me haga pensar que soy atractivo. Por mucho que Álvaro se atreva a decir que cuando me vio en la biblioteca pensó en follarme, yo sé que no es verdad.
Efectivamente, y en eso tiene toda la razón, soy un niño bueno. Trabajo, estudio, tengo novio, me lo trabajo mucho todo y me considero una persona especialmente encantadora con mi familia y mis amigos. Chico modélico, sí. Pero ¿de verdad me sirve eso de algo? No sé qué me pasa exactamente. Supongo que me he cansado de ser tan perfecto, tan bueno, tan aburrido. Tan lo que esperan todos de mí. Pienso que ha llegado el momento de ser quien de verdad quiero ser. Yo no quiero ser un niño bueno. Tampoco quiero ser como Álvaro, aunque a veces lo piense. No sé lo que quiero ser, pero sí sé que no quiero ser éste. Sé que resulta un poco extraño expuesto de esta manera, pero ya me entendéis. Yo sé que sí.
Algún día os hablaré de Víctor, mi novio, el otro niño bueno que también está bueno, como dice mi compañero de piso, y que resulta tan insípido como yo. ¿Se puede hablar así de alguien a quien se supone que quieres?
Da igual, lo que cuenta es que todas las noches me detengo durante una décima de segundo a analizar mi existencia antes de meterme en la cama y me siento tan vacío como una figurita del todo a cien.
La nada me devora. Eso es todo lo que cuenta.