miércoles, 15 de agosto de 2007

El cazador dormido

Llevo una semana dándole vueltas a lo que me pasó aquel fin de semana. ¿Por qué no pude entrarle a ese chico?, ¿por qué me frenaron los remordimientos? Remordimientos por algo que ni siquiera había hecho aún, por algo que no sabía si iba a pasar… es más: ¿desde cuando tengo remordimientos? ¿Estaré perdiendo facultades? Ya dije que no fue la primera vez que me pasaba algo similiar, pero la anterior, hace bastante tiempo, fue un caso especial.

Otra de las características que me han hecho buen cazador es que no sufro por mis presas. Si un león se pusiera a pensar en la pobre cebrita que se va a cargar mientras la persigue, sus pensamientos ralentizarían su avance y probablemente se le escaparía. Y si sintiera pena mientras desgarra su carne una vez abatida se le quitaría el apetito y acabaría muriendo de hambre.

Por supuesto, no comparo a las personas con animales, ni mucho menos. Las cebritas no saben que el león les acecha, y en cuanto lo intuyen huyen con todas sus fuerzas, con la velocidad y la resistencia con las que les ha dotado la naturaleza. Yo nunca ataco a traición y, a diferencia de los leones, nunca escojo al miembro más débil de la manada. Es más, para un buen cazador, un objetivo difícil supone un reto a superar y el proceso de la caza, un ritual sagrado.

Por eso no me gusta ‘cazar’ en pubs, o discotecas, es demasiado obvio, demasiado fácil, nada elegante. Unas miraditas con el sujeto en cuestión, quizá un guiño de ojos o una sonrisa y si te lo devuelven ya está. A mí lo que de verdad me gusta es el rito de la seducción, de la conquista, y cuanto más complicado sea, mejor. Claro que esto tiene más riesgos, sobre todo para la presa. Porque al principio puede suponer un juego para ambas partes, pero si el proceso se alarga mucho los sentimientos pueden descontrolarse, y yo no lo puedo evitar, en la mayoría de los casos, cuando consigo mi objetivo, pierdo el interés. No lo hago a propósito… es así.

He hecho daño a muchos chicos y por eso últimamente me dedico a la ‘caza menor’ en sitios de ambiente. Ahí no hay promesas ni palabras que se puedan confundir. Nos hemos liados al poco de conocernos, punto. Si alguien piensa que podía haber sido algo más es su problema. No es como cuando utilizo el proceso de caza elaborado, el que de verdad me gusta, en el que sí se me puede echar en cara muchas cosas (aunque lo que digo y siento en ese proceso es totalmente sincero… simplemente es temporal).

Eso era algo que tenía muy claro. Por eso, cuando algún chico con el que había pasado la noche se pillaba por mí se sentía engañado o rechazado a la mañana siguiente, yo no tenía remordimientos de conciencia. No le había dicho o hecho nada que pudiera llevarle a pensar que era el inicio de nada. Por eso me sorprendí tanto cuando sentí aquellos remordimientos por algo que ni siquiera había hecho; pero esa mirada tan… transparente me echó para atrás, aquel chico no se merecía una desilusión.

Echo de menos la seducción, la caza mayor.

A la mierda los remordimientos.

Quiero que vuelva el cazador.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No me gusta mucho la caza, la verdad... y si es con armas de fuego menos. La naturaleza es otra cosa, me gusta mucho el juego de la seducción si, pero entre iguales... eso de ir de cacería suena un poco inhumano, jaja
bezos.

Jose Antonio Vallejo Serrano dijo...

De siempre me ha gustado ser presa lista; que cacen y luego salir por patas.